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He dejado pasar unos días para dejar que los más irredentos fans hayan tenido tiempo para verla, y aquí está mi análisis de ¿la continuación? de la mítica e insuperable Blade Runner de Ridley Scott (me da igual el formato, el montaje o la versión que hayáis visto, o todas, es un hito de la Historia del Séptimo Arte).

De entrada, es un film magnífico, en manos de un «artesano» del cine que no reniega de la panoplia tecnológica que invade cualquier película, pero que en su caso, la pone al servicio de la historia que narra. Que Denis Villeneuve sea el artífice de Blade Runner, fue un respiro; tras ver el resultado, me ratifico en el acierto que fue su elección.

Habrá quien vaya a verla con ganas de hacer comparativas. Es un craso error. Esta historia no es una continuación, aprovecha lo que aconteció en aquel distópico Los Ángeles de 2019, para narrar una historia con un hilo conductor que nos diga qué ha pasado con los replicantes y los terráqueos que quedan en el planeta. Que firme el guión Hampton Fancher junto a Michael Green, da idea de que esto no es un reboot, ni siquiera una mera continuación. [Otra cosa es lo que haga la productora con el producto, dado el final que plantea. Quizá el único «pero» a tan tremenda apuesta cinematográfica]

Hay quien se queja de su excesivo metraje, 2 horas y 44 minutos; a mi, sinceramente, se me hizo corto. Si lo que esperas ver es una película de acción, olvídate, no va de esto. La película trata sobre la eterna pregunta que nos persigue desde que nacemos: ¿quiénes somos y cuál es nuestro destino? Y por desgracia la raza humana tiene una denodada obsesión por esclavizar a cualquier cultura que un grupo mayoritario estime que sea conveniente. Si la premisa del original era que la Humanidad había conseguido replicarse a sí misma, creando a seres artificiales más fuertes y listos que sus creadores, este sueño prometeíco, lejos de amilanarse tras los resultados que se narraban en 2019, están tremendamente amplificados en 2049. Una visión de la eterna disquisición entre la relación amo-esclavo que aquí transmuta en una inesperada salida, donde «lo artificial» en su intento de simular a «lo natural» lo supera, y por ende exige su lugar en la sociedad.

Es verdad que veremos a dos protagonistas del pasado, encarnados por Harrison Ford (normalito, sin más) y Edward James Olmos, para dar esa sensación de continuación de la Historia en la que se ven forzados a actuar, porque la antigua protagonista relevante, Rachel, es quien origina el argumento troncal del film. Quien espere respuestas a los dilemas planteados por Scott en 1982, pues seguirá esperando, se plantean posibles respuestas, siempre duales, para seguir manteniendo la duda que siempre hemos tenido: ¿Era Deckard un Replicante?

No en vano, su sosias, K. interpretado por un eficaz Ryan Gosling, es un replicante a la búsqueda y eliminación de replicantes. Por cierto, genial el nombre elegido, «K» como el protagonista de El Castillo de Kafka, en esta película que narra una estructura social absurda y angustiosa, que podríamos definir como una pesadilla kafkiana, en un «proceso» permanente que no tiene visos de ser concluido. En una Tierra de pesadilla, donde no se aprecian estructuras institucionales que amalgamen a quienes habitan en el planeta y en el que personajes como el de Jared Leto (acostumbrado a papeles fuera de la norma ética o socialmente aceptables), hace de sosias del Sr. Tyrrell, como Niander Wallace, pero en un papel megalómano y en donde la ausencia de humanidad lo convierte en un demiurgo a la búsqueda de su completa y loca divinidad.

Además de la excelente fotografía de Roger Deakins, hay otra «protagonista» que brilla con luz propia, se trata de la banda sonora, compuesta por el dueto que firman Benjamin Wallfisch (Dunkerke) y el genial Hans Zimmer. Pero, tras oírla un par de veces fuera del film, me asaltan las dudas de cuánto influyó en la misma el rompedor Jóhann Jóhannsson, creador de la enigmática y transgresora partitura de La Llegada, de Villeneuve, y que fue sustituido dos meses antes de la entrega final de la misma. Quien espere los acordes y estilo futurista y electrónico de mi admirado Vangelis Papathanassiou quedará decepcionado (o electrizado como yo), apenas unas pocas de notas de referencia en momentos que reforzaban el vínculo con el pasado de los personajes.

Es una película destinada a pensarnos y repensar el futuro que estamos escribiendo a base de 4 letras: A T C G. El transhumanismo está a la vuelta de la esquina, y todas las grandes visiones del futuro son altamente distópicas, desde «Un mundo feliz» de Huxley, pasando por «Gattaca» de Andrew Niccol o la más reciente «Ghost in the Shell».

La cuestión trascendental es: ¿seremos capaces de aprender de los avisos de nuestro pasado cultural que nos avisa de estas fuerzas, o estamos condenados a fundirnos en una profecía autocumplida? De eso, creo, que trata la película de Villeneuve, con un final que vendría a ser el comienzo de la magnífica Metrópolis de Fritz Lang. ¿Veremos una serie cinematográfica protagonizada por replicantes? En este Hollywood todo es posible, y me temo una respuesta afirmativa en lontananza.

Mientras tanto disfruten de esta magnífica película, que siempre cargará con el estigma de ser la «continuación» de su «original».

PD: por cierto, qué valor tienen SONY y Peugeot con su presencia como marcas en la película, tras lo que ocurrió con las que aparecían en 1982, Atari y PanAm, que desaparecieron antes de llegar a 2019, y que volvemos a ver en los anuncios de 2049. (Será para minimizar la leyenda de la maldición por aparecer en la película)